La pirámide poblacional se ha invertido y el índice de envejecimiento, según el DANE, seguirá aumentando en los años venideros.
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La vejez no es una enfermedad. Creer que todas las personas mayores están enfermas es un error. Por esta razón es preferible referirse a los adultos mayores como tales, o como longevos, y no como viejos, porque este último término puede malinterpretarse y ser peyorativo en términos de bienestar y salud. La longevidad debe ser entendida como una oportunidad y un desafío a la vez, que debe hacer replantear los sistemas de salud y la economía, esta última referida como economía plateada y relacionada con todas aquellas actividades económicas, productos y servicios que demandan los adultos mayores.
La pirámide poblacional se ha invertido. El índice de envejecimiento (cociente resultante de dividir la población mayor de 65 años entre la población menor de 15 años, multiplicado por 100) es superior a 70, y seguirá aumentando en los años venideros, informa el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), que calcula que para el 2050 este índice será de 175.3.
Avances en salud como la mejor nutrición, el acceso al agua potable, la atención médica neonatal, los antibióticos y las vacunas; así como el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, explican, en gran parte, el aumento en la esperanza de vida. Esto, a su vez, explica que dicha esperanza de vida no sea igual en todas las regiones del país, ni en todas las ciudades por igual.
El DANE ha revelado también que la natalidad disminuye constantemente desde hace varios años. Los jóvenes desean casarse cada vez menos y no tener hijos. Los varones, cada vez más, se practican la vasectomía, mientras que la ligadura de trompas es cada vez más frecuente entre mujeres jóvenes. Es evidente entonces que cada año habrá más longevos y menos jóvenes. El mundo al revés, dirán algunos. El problema es que este mundo al revés es uno de los principales desafíos de salud pública.
La sociedad no está preparada para el aumento de la longevidad, que trae consigo dos fenómenos relacionados con su rechazo: la gerontofobia y el edadismo. La gerontofobia es el miedo patológico a envejecer, además de un temor excesivo, irracional y persistente hacia personas longevas o todo lo relacionado con ellas. El edadismo es la discriminación alimentada por los prejuicios y estereotipos en torno a la edad, en particular hacia el adulto mayor. El edadismo pareciera que fuera muy común; sin embargo, no existen cifras en Colombia acerca de qué tan frecuente es y cuáles son los factores que influyen sobre el mismo.
Se puede ser adulto mayor saludable, manteniendo la capacidad funcional y el bienestar, preservando las funciones cognitivas y físicas, y manteniendo las actividades sociales. O, por el contrario, se puede ser adulto mayor no saludable, cuando las personas desarrollan una o más enfermedades relacionadas con la edad, como por ejemplo enfermedades cardiovasculares y metabólicas, o trastornos cognitivos como la demencia. Otras condiciones frecuentes en los adultos mayores son la pérdida de la audición (hipoacusia), la disminución en la visión (presbicia) y la pérdida de los dientes (edentulismo). El diagnóstico precoz de todas estas condiciones, incluyendo la demencia, es fundamental, porque pueden implementarse medidas preventivas y terapéuticas para corregirlas o retrasar su progresión.
Los años que cuentan no son los que hayamos vivido, y que ya no tenemos. Por el contrario, son los años que nos restan por vivir los que importan. Por eso es importante aprender a envejecer. La buena alimentación y el ejercicio son fundamentales, como lo son también las relaciones familiares, los vínculos sociales, el amor y la fe religiosa. El componente hereditario es también primordial. Existen muchas familias en las que la longevidad es común. Por lo tanto, llegar a ser adulto mayor depende de los genes y el medio ambiente, incluyendo el entorno y las costumbres.
Los centenarios, aquellas personas que viven 100 años o más, son un grupo privilegiado dentro de las personas longevas. Su estudio permitirá el descubrimiento de los factores de protección de aquellas enfermedades que no los afectan durante el transcurso de la vida, y que incluyen, entre otras, las enfermedades autoinmunes y el cáncer. En Colombia se adelanta el proyecto Centenarios, el cual espera contribuir en este sentido.
Los centenarios no son raros, aunque su localización sea difícil. Según el DANE, en 1953 había 529 personas centenarias en Colombia, en 2023 se calculó que había 19.400, y para el 2070 se estima que existan cerca de 45.000. El Instituto Francés de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) informó recientemente que el aumento del número de centenarios ha sido dramático. De más de 1.000 en 1970, su número aumentó a más de 8.000 en el año 2000, y a más de 31.000 el 1 de enero de 2024. Suponiendo que las tendencias actuales de mortalidad continúen, el INSEE proyecta que habrá más de 200.000 centenarios en Francia en 2070. El servicio de Estadística de Canadá, por su parte, indicó que la población centenaria se triplicó entre 2000 y 2023, pasando de 3.393 a 11.705. Eso convierte a los centenarios en el grupo de edad de mayor crecimiento en ese país.
Bien lo dijo Hermann Hesse: “la madurez siempre rejuvenece (…), y solo al envejecer se ve la rareza de lo bello”. En suma, hay en la longevidad una realidad por atender, muchos secretos por descubrir y una fuente de inspiración para la investigación.
*Director del Centro de Investigación e Innovación en Salud (CIISA), Coosalud EPS.
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