La responsabilidad de representar a un personaje real, controversial, enigmático y con ciertas particularidades físicas o motoras, no es tarea fácil. Con frecuencia se corre el riesgo de caer en la imitación burda, en lo caricaturesco.
Lo acontecido durante los dos fines de semana de funciones de la obra “El gallo”, en la sala Ravelo del Teatro Nacional, pone de manifiesto ese compendio de observaciones.
Caracterizar al expresidente Joaquín Balaguer en el teatro ha significado para el actor Francis Cruz, no sólo un reto, también un compromiso total.
El actor se ha apoyado en un texto sarcástico, irreverente, con ribetes, obviamente biográfico; además, dramático y cómico y, a la vez, histórico, del dramaturgo dominicano Rafael S. Morla y la dirección de Fausto Rojas, con quienes ha formado un trío arriesgado, para llevar a buen puerto este experimento contemporáneo.
Francis no sólo memorizó el texto enrevesado y, en ocasiones difícil, de Morla, también se estudió al propio Balaguer en sus ademanes, sus expresiones y el performance con el que el político adornaba su oratoria; sin embargo, no pudo abstraerse de la morbosa tentación de caricaturizar al personaje.
A su favor podemos puntualizar que lo logró. Revivió con sus gestos y su soliloquio, a uno de los hombres más importantes (querido y odiado) de la historia contemporánea de la vida dominicana, al que sólo la muerte, el 22 de julio del año 2002, pudo arrebatarle su ego, su cinismo, ese aire perturbador de tirano con el que se paseó por los estratos del poder durante más de 50 años.
“EL GALLO” y sus simbologías”
La mayor descarga subliminal de la trama recae en la famosa y enigmática Página en Blanco del libro “Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo”. El Balaguer de Francis, de Fausto y de Morla se muestra inquieto, atribulado con el significado que pudo tener en el asesinato del periodista Orlando Martínez en el año 1975 y su esfuerzo por evadir cualquier tipo de responsabilidad al respecto.
Dentro del compendio de simbologías, no podía faltar el gallo. Ese animal que fue ícono representativo del partido Reformista fundado por el propio Balaguer y que se entendía como un símbolo de peleas al que se le debía temer y cómo se le temió en los primeros 12 años de gobierno represivo el también escritor.
Otra simbología no tan elocuente, pero no menos significativa, fue el espejo al centro del escenario, que representa el ego, las ínfulas tanto de la vasta cultura del caudillo, como del poder que representaba (sin ostentar nunca de él).
Ese lecho de muerte, o de descanso, según se quiera ver, en el que yacía Balaguer y al que acudieron desde otros mandatarios, a políticos importantes, representantes del clero, figuras públicas como artistas o deportistas, aportándole un halo misterioso, también queda plasmado en esta puesta en escena.
El monólogo se convierte en un amasijo de técnicas teatrales que van desde la utilización de títeres, hasta el ya característico uso de máscaras en los trabajos de Fausto y una teatralidad oscura en la que abarca todo el contexto y la carga emocional que les significó la representación de un personaje como éste.
Con “El gallo” descubrimos a un Francis Cruz, no digamos histriónico, sino, más bien, versátil. Descubrimos a un actor que reconoce sus escalas y que, evidentemente, trabaja duro para superar cada nuevo reto.
Descubrimos que no basta con transformar físicamente a un intérprete en un personaje específico, sino en la fuerza, el empeño y el compromiso que se asuma para poder lograrlo.
“El gallo” ha logrado un éxito considerable. Además de los dos fines de semana pasados con llenos totales, también anuncian dos nuevas funciones para los días viernes 24 y sábado 25 de mayo en la misma sala Ravelo que la vio nacer. ¡Enhorabuena!