El siguiente texto es un fragmento del libro ‘Calor. Cómo nos afecta la crisis climática’, de Miguel Ángel Criado (Debate) recién publicado. El trabajo recoge los distintos vaivenes climáticos de la historia de España hasta llegar al presente. Hacia el futuro, anticipa los escenarios que le esperan a varios de los elementos que definen a este país, desde su fauna hasta el turismo, pasando por la agricultura, la venganza de la naturaleza o las islas de calor de las ciudades.
En 1569, Francisco Franco (otro Franco, que el de Ferrol no fue tan longevo) publicó en Sevilla un libro sobre las bondades de la nieve. En su Tractado de la nieue y del vso della, el que fuera médico del rey Juan III de Portugal relata los posibles usos medicinales de los copos, eso sí, siempre empleados con mesura. En las primeras hojas del tratado del galeno de Xàtiva se puede leer, una vez convertido al castellano actual:
“Grandes cosas son las que ha hecho e innovado el señor don Francisco de Castilla para la mejor gobernación de esta gran máquina de Sevilla y haber dado orden como se traiga nieve se puede contar entre ellas, porque para muchas enfermedades es necesaria la nieve, y para todos los sanos y bien dispuestos para enfriar su bebida ordinaria”.
El librito, de solo 30 páginas de texto corrido, es una joya. Más allá del uso medicinal de la nieve, también recomienda su utilización para enfriar el agua en la ciudad, como el mismo Franco escribe: «Siendo así que si en alguna parte de España ay necesidad deste regalo es Sevilla, pues en ella desde mayo sera el Sol de calentar y abrasa, ni se puede andar por las calles». Al médico aún le queda espacio para plantear una especie de debate filosófico-histórico sobre el uso de la nieve en el que intervienen desde filósofos griegos como Hipócrates hasta el persa Avicena, pasando por el grecorromano Galeno. Para uno es una gran herramienta de la medicina, para otros, una especie de degeneración de las cosas naturales.
Antes de la obra de Franco ya se habían escrito otros trabajos, algunos contrarios al uso de la nieve. Es el caso del Liber de arte medendi, del catedrático de la Universidad de Alcalá y médico de la corte Cristóbal de la Vega, que considera tomar bebidas frías, casi siempre agua y vino, como un vicio. Para Luis de Toro, discípulo de De la Vega, el consumo de nieve es peor, prácticamente gula. Ya en el siglo XVII, en su Luz a los vivos y escarmiento en muertos, el obispo de Osma, Juan de Palafox y Mendoza, relata un caso de alma perdida. En él cuenta que se le apareció un difunto pidiendo intercesión ante el Altísimo, ya que se encontraba purgando su culpa, esto es, el pecado de jugar a la pelota y beber frío. Enfriar el agua con nieve era pecado. En la misma Sevilla en la que Franco publicó su libro, solo dos años después, su eterno rival, el médico humanista Nicolás Monardes, presentaba el Tratado de la nieve y del beber frío.
Aquel boom editorial sobre el tema respondía a una moda, la de consumirla o usarla para enfriar el agua, pero también para elaborar refrescos o para fines más serios, como tratar distintos males. Como casi todas las modas, empezó entre la nobleza y fue calando sociedad abajo. Pero para que una tendencia así, cuya base es la nieve, se propague hasta Madrid y otras localidades que rara vez veían la nieve, como Sevilla, Málaga, Alicante o Valencia, hace falta mucha nieve y cuando más se la necesita suele ser cuando menos hay, en verano. Entre los siglos XV y XVII se desarrolló por toda la península un nuevo sector, una nueva actividad económica, con toda una red comercial y de transporte, con pozos, neveros y casas de nieve en altitudes no demasiado elevadas desde las que enviaban los bloques de hielo y nieve a las ciudades. Todo fue posible porque, desde 1300 en Europa y desde 1400 en España, vivían en plena Pequeña Edad de Hielo (PEH).
La PEH es el último periodo climático de frío previo a la situación del presente. Según los diferentes proxies usados, el enfriamiento se produjo entre 1300 y 1850, con sus variaciones locales. Como sucedió con el Óptimo Climático Medieval, los informes del IPCC mantienen que se trató de un evento regional, que solo afectó al hemisferio norte, en especial a Europa. A escala macro, el origen del paso de lo cálido a lo gélido parece que estuvo en la actividad solar. Durante esos siglos, la sucesión de manchas solares (que son como calefactores puestos al máximo en momentos puntuales) se redujo, con una serie de mínimos, como el de Maunder, en los que casi desaparecieron de la superficie del Sol. La reducción de la radiación afectaría profundamente al sistema climático del Atlántico. Los hielos polares avanzaron hasta llegar al sur de Groenlandia (en el siglo XV los vikingos tuvieron que abandonar la isla que habían colonizado 500 años antes, aprovechando el óptimo medieval) y los glaciares alpinos, incluso los ibéricos, se recuperaron. El frío se adueñó de Europa, con inviernos mucho más largos que los actuales y veranos cortos y húmedos. En España, sin embargo, el estío fue testigo de una profunda aridez.
“…no tenían los mortales memoria de tal exceso de frío como el de este año; heláronse muchos ríos tan vecinos al mar que formaba margen el hielo”
Vicente Bacallar de Sanna, marqués de San Felipe y participante en la guerra de Sucesión (1701-1714) a la Corona de España
Como recuerda el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Alicante Armando Alberola Roma, en su libro Los cambios climáticos: la Pequeña Edad de Hielo en España, la PEH no tiene un desarrollo lineal y está marcada por fases o pulsaciones en las que hizo aún más frío que de costumbre. Alberola recoge las reflexiones de Vicente Bacallar de Sanna, marqués de San Felipe y participante en la guerra de Sucesión (1701-1714) a la Corona de España por el bando borbónico cuando en sus Comentarios a la guerra de España dice:
“…no tenían los mortales memoria de tal exceso de frío como el de este año; heláronse muchos ríos tan vecinos al mar que formaba margen el hielo; secáronse por lo intenso de él los árboles […]. No corría líquida el agua, ni la que se traía en las manos para beber […]. Morían los centinelas en las garitas y no hallaba casi reparo la humana industria contra tan irregular inclemencia, no hicieron progreso los sembrados, y se introdujo el hambre en los países más fríos”.
La Pequeña Edad de Hielo fue el periodo más frío de todo el Holoceno, si se dejan a un lado los siglos iniciales en los que el hielo en retirada hacia el norte aún cubría buena parte del Atlántico y Europa. Las condiciones de vida en España fueron muy duras durante los siglos XVII y XVIII, y solo la huida a las Indias servía de válvula de escape para un sistema, el del Antiguo Régimen, que además de sus propios problemas y contradicciones tuvo que lidiar con la adversidad climática. En España, como en toda Europa, se repitieron dos, tres y hasta cuatro veces los brotes de la peste negra que entre los siglos XIV y XV mató a más millones de personas que cualquier otra pandemia en la historia humana. Solo con la llegada del siglo XIX, el clima comenzó a dar una tregua, con un incremento de la temperatura media de casi 1° frente a la situación precedente.
Mientras, algo más al norte, en Inglaterra, empezaba la mayor revolución humana desde el Neolítico, la industrial. Fue iniciada por un escocés, James Watt, que, buscando mejorar una máquina anterior, creó la máquina de vapor. Con ella vinieron los telares mecanizados, el ferrocarril, las fábricas, las fundiciones. En definitiva, una era del metal alimentada con carbón, unas rocas negras generadas millones de años antes que se habían declarado como un maravilloso combustible. Pero al quemarlo, ¡ay!, liberaba un gas, el dióxido de carbono (CO₂), que casi dos siglos después se comprobó que estaba cambiando el clima de nuevo. Esta vez calentando todo el planeta, no solo Inglaterra o Europa, y haciéndolo a unos niveles nunca igualados en la historia de la humanidad.
Calor
Título: Calor. Cómo nos afecta la crisis climática
Autor: Miguel Ángel Criado
A la venta: 6 de junio
Precio: 21,75 €
Páginas: 318 páginas
Editorial: Debate
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