Transformaciones (1988), Códigos del tiempo (1992), Gravedad (1992), Naturaleza viva (1994) y Vuelo interior (2001), cuya vigencia se mantiene incólume, invitan a acercarse al extenso recorrido de esta creadora que desde los años 70 destacó como uno de los nombres sobresalientes en una década de emergencia del arte conceptual en Venezuela, que señaló nuevos derroteros con propuestas en torno a las artes corporales y no objetuales, con la que los jóvenes emprendieron la ruptura de un panorama todavía dominado por las derivaciones del arte cinético y abstraccionista.
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“El tiempo es una constante que está en el proceso de la obra, yo lo que veo es que mi trabajo es atemporal”, afirma González sobre esta muestra que nos invita a recordar sus trabajos junto a Jennifer Hacksaw, cuando, como Yeni y Nan, entre 1977 y 1986, abordaron estéticamente conceptos en torno al cuerpo y el ser humano en su relación con los elementos de la naturaleza, reconocidos en 2019 por el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de España como “fundamentales para la comprensión de los profundos cambios producidos en el arte del siglo pasado”.
“En todo el movimiento de los 80, nosotras nos situamos como pioneras del performance y el video art. El trabajo de Yeni y Nan fue intenso, trabajamos con todos los elementos naturales, el nacimiento, el líquido amniótico, el aire, la tierra, la alquimia, el conocimiento del cuerpo físico y situaciones que iban más allá del cuerpo”, sostiene.
Ya desde entonces, interrogantes profundamente ontológicas subyacen en la base de la que será la trayectoria de esta artista para quien el arte es una constante exploración de la identidad, la memoria y el cuerpo a través de diversos medios, utilizando elementos simbólicos y narrativos que invitan al espectador a reflexionar, desde su propia experiencia, sobre la naturaleza efímera de la experiencia humana y el tiempo como categoría ontológica.
Así, en Transformaciones, cinco fotografías que se mostraron por primera vez en la galería Artisnativa en 1986, tras la disolución de la comunidad artística Yeni y Nan, vinculadas con la muestra Transfiguración elemento tierra (Sala Mendoza, 1983), indagan temas “en torno a la identidad individual, la desintegración, la disolución del ego y la conciencia del yo”.
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Códigos del tiempo fue exhibida en el III Salón Nacional de Jóvenes Artistas/Bienal de Arte de Guayana en 1992 con el título original de En honor al tiempo. Se trata de un cuestionamiento de la linealidad del tiempo, su definición y significado, mediante un juego en el que fotografías ampliadas, relojes reales y un video aluden a un tiempo sin presente, pasado ni futuro.
En esta pieza, señala su autora, “todo era sobre los ritmos del corazón y el sonido del reloj, el péndulo del metrónomo y al final de todo era para mí la concepción ultima de que el tempo no existe. Es una pieza muy compacta, muy clara para mí, que te lleva a ver mucho más de lo que estás acostumbrado”.
De ese mismo año, Gravedad forma parte de un mural de tres metros realizado por la artista durante su estadía en el Simposio de la Joven Pintura en Canadá. En él, el contenido simbólico de una pluma y cinco clavos, es contrapuesto en el plano como “ideas antagónicas que se conectan con las preocupaciones en torno al ser y la permanencia”.
La poética del vuelo y la trascendencia están presentes en Vuelo interior, pieza ganadora del Salón Michelena 2001, que fue motivo de polémica en su momento en torno al concepto de apropiación. Consiste en una imagen en blanco y negro del fotógrafo alemán Dieter Appelt, acompañada de catorce botellas transparentes con trece plumas azules y una blanca.
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Por último, Naturaleza viva puede considerarse la obra central del conjunto. Se trata de una video escultura emblemática en la trayectoria de Nan González. La pieza, que se presenta gracias al préstamo de la Colección Patricia Phelps de Cisneros, y expuesta en el Primer Salón de Jóvenes con FIA, deja ver un tótem en el que cuatro monitores reproducen distintos momentos de un cuerpo femenino, mientras en el suelo 111 manzanas contagian su aroma a la sala en un culto a lo femenino. Al lado, una manzana atravesada por un clavo, rodeada de imágenes de la fruta que se van disolviendo, completan la pieza.
“Esta exposición es muy importante para mí porque es un trabajo investigativo en un proceso de crecimiento interno de mi parte espiritual. Esa conexión con eso intangible que te da la memoria celular, que hace que puedas relacionar tu vida, tu memoria, y plasmarla en una obra de lectura atemporal”, finaliza la artista.
@weykapu