Prácticamente, todos los medios periodísticos se hicieron eco -hace algunos días- del fallecimiento de William “Bill” Anders, astronauta de la Nasa quien formó parte de la tripulación de la Apolo VIII, que fue la segunda misión tripulada del programa espacial estadounidense. Esta misión salió al espacio el 21 de diciembre de 1968 regresando seis días después. Fue la primera misión tripulada en dejar la órbita terrestre, llegar y orbitar a la Luna y, finalmente, regresar a la Tierra.
Anders murió a raíz de un accidente aéreo ocurrido en el estado de Washington. Más precisamente, la Oficina del Sheriff del Condado de San Juan emitió un comunicado de prensa indicando que el avión en que conducía se había estrellado frente a la costa de Jones Island.
El cuerpo del exastronauta fue recuperado el mismo día del accidente, después de que se lanzara una búsqueda por parte de la Guardia Costera de los Estados Unidos y el Departamento del Sheriff del Condado de San Juan.
De lo que se ocuparon los medios fue de señalar la trayectoria de este hombre en su condición de astronauta, tanto como de recordar la icónica foto que tomó del globo terrestre obtenida desde la órbita lunar; es decir, a unos 380.000 kilómetros de distancia. Una gran y notoria hazaña para aquellos tiempos iniciales que conducirían a que humanos caminaran sobre la superficie selenita.
Pero hay un detalle singular, al que pocos prestaron atención suficiente. William Anders falleció el 7 de junio pasado a causa del accidente ocurrido mientras conducía un avión monoplaza -un antiguo Beechcraft T-34 Mentor- cosa que hacía con frecuencia, siendo reconocido como un diestro aviador.
El tema a destacar es que este hombre había cumplido 90 años cronológicos. íSí! Anders volaba aviones cumplidas sus nueve décadas de vida. Vaya que esto nos habla de la realidad que estamos atravesando, un tiempo de longevidades donde llegar rumbo a tales edades de vida con habilidades y capacidades amplias empieza a tornarse cosa habitual. En el caso concreto de Anders está claro que, siendo nonagenario, tenía sus facultades mentales, habilidades perceptuales y reflejos bien habilitados para semejantes responsabilidades.
En principio puede suponerse que se trata de un caso extraordinario, fuera de lo común. Pero no es así. Los ejemplos son numerosos. Luego veremos algunos de ellos. Lo importante es tomar consciencia de que la gente que llega a estas edades -si lo hace de la manera adecuada- queda perfectamente incluida en el ámbito sociocultural sin ningún tipo de exclusiones. No son ni “abuelos”, ni “gente mayor”, ni “viejos”, ni ninguna idea del orden de la exclusión; sino que pueden desarrollar sus vidas sumados a la cotidianeidad de la mayoría de las personas. Cierto es que se trata de algo que hace apenas unas décadas era impensable; aunque hubo algunos estudiosos -de la segunda mitad del siglo XX- que adelantaron que, para el siglo XXI, la expectativa de vida aumentaría tanto que llegar siendo persona útil para sí y para la comunidad sería posible aún a los cien años.
La actual carrera presidencial en los Estados Unidos es buen ejemplo. Joe Biden tendrá 82 años para las elecciones de este año. En caso de triunfar, cumplirá su mandato con 86 años. Su oponente, Donald Trump, acaba de cumplir 77 años. En caso de triunfar, concluirá el mandato con 81 años.
Daré unos pocos ejemplos argentinos. El presidente de la Sociedad Científica Argentina -la entidad de ciencias más antigua de América Latina- es el profesor doctor Ángel Alonso, de 84 años de edad, integrante -además- de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. El doctor Alberto Cormillot, con 85 años de edad, continúa con su trabajo médico, programas de radio y televisión. El escritor, periodista y ensayista Roberto Alifano, de 81 años de edad, actual secretario de Cultura de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores (Sade), continúa publicando sus artículos semanalmente en diarios europeos. El licenciado en Física, José María Lentino, 81 años de edad, también dirigente de la Sociedad Científica Argentina. El doctor Mario “Pacho” O’Donnell (82 años de edad) quien, dicho sea de paso, acaba de publicar un bestseller (lleva ya 5 ediciones) sobre “la nueva vejez”. El filósofo profesor doctor Francisco García Bazán (84 años de edad), trabajando actualmente en un nuevo libro de ensayo histórico.
El doctor en Medicina y en Psicología, psiquiatra y escritor Vicente Rubino acaba de publicar un nuevo libro en Madrid, mientras reside en la provincia de Córdoba, con sus 91 años cumplidos. Lo mismo puede decirse de la doctora Graciela Maturo quien, con sus 95 años de edad, ha sido nominada al Premio Konex, por su obra ensayística.
Y este breve listado que sólo enumera a algunos de los tantos que, habiendo superado los 80 años de edad cronológica, continúan desarrollando actividades profesionales, artísticas, científicas, empresariales y literarias.
Se trata, sin dudas, de una de las características que definen los tiempos actuales y que obliga a reconsiderar el concepto de a qué edad cronológica tiene lugar la “vejez” como sinónimo de aquel que ya no es hábil para estar activamente integrado en la sociedad.
(*) Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, historiador y parapsicólogo. “Atrévete a vivir en plenitud” es su nuevo libro; www.antoniolasheras.com.