
Para Ludwig Pineda, in memoriam
Una tienda hecha de día
un gran manto de tisú
Rubén Darío
Parecía descifrar los dictados de la piel en la clave vital que la constituye: lo permeable. Desde la butaca y también en el cobijo del abrazo donde una vez nos reconocimos amantes de la escena, podía percibir que en él la respiración y la transpiración eran sentidos frecuentemente consultados: tenía el don de habitar. Actor y maestro con varias casas de teatro, Ludwig nos recibía en el espacio único que creaba en todas ellas: esa tienda de cuerpo-voz donde verlo y soñar se vestían de sinónimos en la gramática de la imaginación. Bajo la epidermis de tal magia, una podía adivinar el esfuerzo sostenido en el tiempo, la disciplina y, más acá, la entrega alada.
Así en la escena como en la otra ficción: la vida fuera de la sala. Cierta noche, después de los aplausos que brindamos ambos como espectadores, y cuando cada quien se había marchado con su cada cual, el universo se redujo a desolada ciudad; como una gracia, la mano de Ludwig —pertenencia una vez de locos, reyes, saltimbanquis y un sinfín de personajes— tomó mi exiguo ramo de palma y dedos con un cuidado hecho de matices mientras me conducía por las calles de Caracas: el mundo se recobró entonces primigenio. En silencio y con las letras del tacto, el maestro que era me había enseñado cómo la verdad de la escena —cuando ocurre— puede trabajar en los días de un humano, cómo puede volverlo madre; constaté entonces que, tanto en el teatro como en los días con sus noches, es el gesto lo definitivo.
Nevermore.
Sólo Poe pudo mover los linderos de la vida. Sobre el abismo de un final, nos asimos a su palabra que contiene. Y, justo aquí, una pequeña llama inconsulta se erige: Translatio.
Cuanto me socorre ahora es esa voz del latín medieval presente aún con su rumor en los tránsitos, en el oficio de trasegar entre mundos y lenguas. Desde allí, podríamos decir que nuestro sentido más venerable se aproxima a la carne traductora. Un día recibiremos un sonido y de nuestros labios húmedos saldrá la palabra sol; ella nos mostrará sus rayos aun en la noche: obra de la translatio. Viajando desde las garras ancestrales, el deseo inaugurará nuestros dedos y será translatio hasta llegar a la lengua meta del trazo, del gesto, de cuerdas en vibración; para entonces habremos olvidado el viaje, pero seremos caminos. Caminos de carne traductora presta al sentir de una misma o del otro, dicotomía a la que Paul Celan saldría al paso: “Cuando soy más yo es cuando soy más tú”.
Ofrezco aquí dos ejercicios de translatio, sólo amagos para resguardar la vida presente en el dolor, no ofrezco más, pero tampoco menos: no quisiera aumentar los haberes de otra suerte para el olvido.
I
Del río
Este primer ejercicio intenta traducir la escucha que fui para un alma devastada por la partida del maestro, del compañero, del amigo; comos y cómos buscan residir en un tiempo acuoso. Que sea tributo para el merecido mar de Ludwig.
Como fue encontrarnos como fue escucharnos como fue aprenderte como fue ensayamos como fue hacer circo como fue suplirte como fue hacer clase como fue un acuerdo como fue escucharte como se hizo carne la voz en tu aliento como fue soñarnos como fue dotarnos de vida en la vida como fue hacer juegos como fue bailando ganar en la casa como fue inventar como fue comer dulces en mi cumpleaños como fue cantarnos como fue querernos como se hace río el río Como Fue como se hace queja como voy herida como voy tocada cómo me compongo cómo me refugio cómo me despierto cómo entrego ahora la piedra traída del río Como Fue.
II
Vengo
Este segundo ejercicio es un intento por dejar una ofrenda desde mi butaca al gran actor y ser humano. Que un venir otro sea retruque por la partida.
Vengo de los arduos silencios.
Y para ti quisiera una flor, indetenible.
Para tus seres, los altos fuegos de la noche
De cada día, el néctar de sus esquinas. Para ti
todo cuanto dice en música y fragancia.
Vengo de las pequeñas suertes.
Y a ti yo ofrendo aquel juego primero,
la bolondrona ganada rodando
por los suelos de mis sueños.
Una apuesta sin espera.
Vengo de un planeta extraviado.
Y para ti quisiera la tierra viva
y abierta. Cuanto calza y se descalza
con gesto grácil y pleno. Las hojas
traídas por las hormigas.
Vengo de las fracturas.
Y para ti quisiera un cielo,
el ave estampada al horizonte
sobre el mar, sin pegamento.
Entre la lluvia, el agua entera.
Vengo de las inmensas derrotas:
las íngrimas puertas cerradas,
unas rejas embestidas en la cara
de amantes restados de la escena.
A ti yo ofrendo mis por favores
…………………………………………..Suplicantes.
Vengo de los grandes tesoros,
vengo de las más deseables suertes,
vengo de los descubrimientos mayores,
vengo del contraste sin par ni pedido:
vengo de tu tienda única:
…………………………vuelo, sueño y querencia
A ti, mi vengo de las butacas.